Agradecidos nos quedamos todos cuando finalizó el taller. Las emociones a flor de piel por la magia de todo lo acontecido horas antes. Un grupo de corazones abiertos al mismo compás.
Nos reunimos en una casa rural rodeada de naturaleza en la inmejorable Cercedilla, sierra de Madrid. Los primeros momentos estaban llenos de miradas curiosas, tímidas, de gestos cautelosos y nerviosos. Se sentía cierta inquietud y a la vez una gran disposición a darlo todo, eso sí, con parte de recelo.
Damos paso a la presentación del grupo, y creando un ambiente de intimidad, poco a poco comenzamos a abrirnos y armonizar la energía del grupo con ciertas dinámicas y una clase de integración de Biodanza Otra Mirada.
El grupo sale reconfortado y esta vez si que deseando empezar y entregarlo todo. Confían y se entregan.
Yo sé que he de estar muy atenta para facilitar un proceso tan profundo, tan conmovedor y tan sagrado, como es el de intentar ayudar a acceder a la persona a su laberinto personal a través del reto, y a la vez ofrecer el continente y el apoyo necesarios para que ninguna barrera interna les impida acceder a su experiencia de encontrar su salida, su acomodación, la integración y armonización de la vivencia, pero claro, eso solo lo facilito, no puedo garantizarlo, ya que es la persona tiene la llave de su propio laberinto, quien tiene la primera y última palabra de su proceso.
También sé, que, después de todas las entrevistas personales tengo mucha información de cada persona, sin embargo, toda esa información se desvanece y deja paso a la acción/intuición que la empatía me provoca, ya que entro con ella en su propio laberinto para facilitar que encuentre ella misma su propia salida. Esto es un paso muy delicado y ha de hacerse con paciencia y amor, y sobre todo, el máximo respeto a la decisión de la persona.
Sé que pueden cambiar mis planes en cualquier momento, ya que son los acontecimientos que ocurren los que me guían hacia la más armónica de las soluciones. Mi oído interno y externo está completamente abierto y conectado a mi antena perceptiva, y ambos a mi corazón. Él me da el ritmo, la cadencia y la solución de cada reto. Mi cabeza responde junto con él haciendo un buen equipo.
El proceso de una persona va ablandando a cada participante del grupo, que se estremece y desarrolla empatía y compenetración haciendo que el egrégor o la identidad grupal sea el gran apoyo del curso. Todos somos uno. Cada mirada de complicidad, cada lágrima de identificación, cada gesto convierten a cada uno en otro hermano, igual que él/ella. Esto se debe a que la raza humana tiene unas bases que confluyen en una unidad. Las emociones que sentimos son denominador común para todos, somos vulnerables a cualquiera de ellas, dependiendo de en qué circunstancia nos haya puesto la vida y de nuestra naturaleza.
Cada reto individual es para todos, cada superación personal es para todos, cada apertura de corazón es para todos…por eso este taller es tan especial, porque la profundización en la zona vulnerable nos une a la raza humana, nos conecta con la capacidad de superación y de aprendizaje, eso que tanto nos cuesta, llegar al nudo para desenmarañarlo. Yo no conozco otro camino de plenitud. Así lo he hecho yo, y así lo dicen muchos sabios que aconsejan atravesar el mundo subterráneo, nuestra sombra, nuestra oscuridad…y solo así podremos abrazarnos incondicionalmente en cada parte de nosotros mismos para unirla a la esencia y dar el salto al disfrute de la vida, no buscando fuera, sino, encontrando dentro ese secreto.
Cada reto fue un regalo, cada persona dio lo que pudo, el máximo de ese momento, el apoyo de todos fue fantástico, y eso hizo que la belleza se apoderase de nosotros. Las caras iluminadas, agradecidas…el entorno sagrado lleno de luz, es indescriptible, de verdad os digo.
Posiblemente no queríamos terminar por lo que todos creamos allí, sin embargo, llegó la hora de la despedida, y, como la propia vida, el camino sigue adelante, y es en la vida donde toca aplicar la valentía de ser uno mismo, de encarnar su más elevada misión, de realizarnos con cada cosa que desempeñamos en la cotidianidad, de reconocernos y mirarnos viendo.
Una despedida se convirtió en un hasta siempre, en un gracias, en un “qué guay” o “qué bien me siento…Os escribo algunas aportaciones de asistentes para que lo comprobéis por vosotros mismos:
“Intenso, profundo y de mucha toma de conciencia»-María
«El proyecto Minotauro ha supuesto para mi un avance crucial en mi vida»-Naiara
«Para mí ha sido como un “despertar” ser consciente de ciertos aspectos de mí y tener la fuerza para cambiarlos.»-Miriam
«La experiencia del Minotauro ha sido para mí transformadora, desde entonces y ya son unos cuantos meses, estoy más consciente y sensible a todo lo que acontece»-Manuel
«Ha sido una experiencia que me ha dado la posibilidad de cambiar hechos de mi vida que debía movilizar»-Carolina
«Ha sido una experiencia de una belleza y una intensidad abrumadoras»- Inma
Así que os animo a asistir para que podáis comprobarlo en persona, y deis un pasito más en el camino de vuestra evolución. Si sentís dudas, o bloqueos, o indecisión, o simplemente queréis experimentar…os lo recomiendo.
Os aseguro, lo daremos todo.
De mi corazón a tú corazón.